He aprendido poco, me temo. Y he escrito menos, lo siento.
Tras la actuación de aquella neurona moribunda en junio del 24 y un aplauso comedido del público- tribunal, acabé a fondo perdido en una bolsa de miles de ellas dando tumbos hasta la fecha. Seguimos a la espera en lo incierto, con junio25 en la mirá, pero todo sigue igual, que diría Julio. Y mal...
He de reconocer que no es del todo cierto esa afirmación y que al menos hasta este justo momento, he contado con más motivación, más ganas, más ilusión. Mucho me ha ayudado... no me engaño: Yo misma mente y la fuerza que sé que tengo y puedo (bueno y mi Henry y sus clases en las que tanto estoy aprendiendo...) .
Pero qué le vamos a hacer, tras un largo enero, ya estamos en febrero, el mes loco dicen, y yo voy perdiendo fuelle, o al menos me lo parece. En eso, lo reconozco, me ha ayudado bastante estar pendiente del sube y baja bursátil (no el de Wall Street, claro) y al tanto de ciertos grupos de whatsapp de interinos que desaniman a cualquiera que pase por allí cinco minutos...
Tampoco es que ayude la llamada soledad de la opositora, que no es un meme y claro que existe (como madre, casi cuarentaydosañera y periodista en paro también); pero tú y yo, lo sabemos: hay soledades peores. Sí, esas soledades que por un momento quiero pensar que no son reales y son fruto del cansancio de la moribunda o qué se yo; sin embargo no tengo evidencias últimamente de otra cosa, y para quien me conozca de verdad y me sepa leer entre líneas (quizás alguien de Marte en la sala?) sabrá de lo que hablo y lo que siento estos días: que no me gustan los cambios y parece que vienen gordos, que de vez en cuando me quito la venda por el exceso de happyflowers de mi nariz, que de to se cansa una y yo caigo del guindo alguna vez que otra decepción... Sabrá ese instruido marciano o marciana todo eso y que realmente no me dura demasiado todo esto y pronto vuelva a las andadas, afortunadamente, supongo. Y lo sabrá como que el café a mí me gusta en taza, - sí es una manía tonta como todas- lo mismo la de que me valoren de verdad y no me lo pongan en el último vaso de cristal que tienen en la vitrina.
Claro que, aquí, en Marte o en el espacio sideral de más allá no hay más ciego que el que no quiere ver ni leer y menos si vive con los ojos pegados al centro de su ombligo. O, en mi caso -que también puede ser-, al mío.
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